lunes, 3 de septiembre de 2018

“Cada quien hace de su camisa un saco”


Esta añosa máxima, que hoy capta nuestra atención, probablemente tenga su origen en la más antigua locución verbal coloquial: “Hacer de su capa un sayo”; en tal sentido es necesario, para conocer y entender el adagio que en este momento nos ocupa (vale decir): “Cada quien hace de su camisa un saco”, entender y conocer el que “probablemente” sea su predecesor.


Durante la edad media era común el uso del sayo por parte de los nobles, este “sayo” no era otra cosa que una especie de librea o túnica, es decir: una prenda gruesa, relativamente ancha, cuyo largo llegaba hasta las rodillas y que se colocaba debajo de la armadura; con el tiempo se comenzó a usar este vocablo para identificar la vestimenta que usaban los “gañanes” (mozos de labranza), sólo que la usada por los “gañanes” era hecha con materiales de escasa calidad. La voz “sayo” proviene del latín “sagum”, palabra esta de origen celta.

La capa, por su parte, aun cuando era un atuendo usado (en Europa durante la edad media), para protegerse del frío, se consideraba una prenda cuyo uso era privilegio de los aristócratas, de los “nobles”.

Las capas daban fe del nivel social de quien la usaba, siendo que la clase de género, el color del mismo y hasta el tamaño de la capa definían a su portador.

En Venezuela, debido al clima (entre otras cosas), “Hacer de su capa un sayo” devino en “Hacer de su camisa un saco” toda vez que el uso del “sayo” y la “capa”, prendas de uso común en zonas de baja temperatura, no tenía sentido en una región de atmosfera cálida; y es así como vemos que la “capa” se convierte en “camisa”, y el “sayo” pasa a ser “saco”.

Al adagio “Cada quien hace de su camisa un saco” suele agregársele la coletilla: “y se mete en él”, quedando entonces de la manera siguiente: “Cada quien hace de su camisa un saco, y se mete en él”, haciendo alusión a la potestad de hacer lo que se desee, sea esto lo que fuese (haciendo uso del libre albedrío), con lo que es de uno (en particular con su vida), sin estar obligado a dar explicaciones, denegando cualquier posible derecho, que alguien pretendiese tener, a inmiscuirse.

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